martes, 26 de marzo de 2013

FELIZ CUMPLEAÑOS. Preparar unas gominolas.


Las golosinas o chucherías para los niños tienen algo irresistible... Por más que los padres intentemos retardar lo más posible que nuestros hijos las prueben por primera vez cogiendo extraños caminos para no pasar por delante de la tienda donde se venden, es inevitable, al final siempre hay algún amiguito que introduce a nuestro retoño en ese mágico mundo...

Y no es que pase nada porque de vez en cuando nuestro hijo coma alguna golosina, pero debería ser muy de vez en cuando, porque todo lo que ofrecen estos manjares infantiles (hay que reconocer que están buenas), son calorías vacías y futuros problemas de obesidad y visitas al dentista.

Pero hay un dicho bastante inteligente que dice, "si no puedes a tu enemigo, únete a él"... Por eso hoy os vamos a enseñar a realizar gominolas caseras, mucho más sanas, ya que están hechas con gelatina y azúcar, sin conservantes y con el valor añadido de que las podéis preparar con vuestro hijo y él las apreciará doblemente.

Las que prepareis con vuestra criatura podrá llevarlas muy orgullosa al cole para enseñárselas a su profesor y ofrecérselas a sus amiguitos. Por eso siempre os digo que insistáis para que vuestros hijos os ayuden con la comida. Estáis consiguiendo mucho más de lo que podáis pensar...

Ingredientes:
- 2 sobres de gelatina neutra
- 1 sobre de gelatina con sabor
- 2 veces la medida de la gelatina con sabor de agua (aproximadamente 2 tazas pequeñas)
- 3 veces la medida de la gelatina con sabor de azúcar (aprox. 3 tazas pequeñas de azúcar)
- Azúcar granulado para rebozar las gominolas




Preparación:
La primera parte os corresponde a vosotros ya que es necesario utilizar el fuego. Introducir todos los ingredientes en un cazo y calentar a fuego suave removiendo constantemente sin que llegue a hervir.
Mojar con agua fría un molde rectangular y verter la gelatina. También podéis utilizar moldes para cubitos de hielo con diferentes formas. Se aconseja los de plástico blando porque luego será más fácil desmoldarla.
Introducir en la nevera y dejar que se enfríe. Cuando veáis que ha cogido la consistencia adecuada, es el momento de sacarla. Aquí entran en acción los niños.
Aquí podéis ver qué forma tan bonita cogió la que introdujimos en los moldes para cubitos de hielo con forma de corazón...
Y ahora llega la parte más divertida que es rebozarlas con azúcar. Otra cosa que gustará a los niños es cortar con diferentes formas la que vertimos en la plancha rectangular, con cortadores de galletas formas distintas.
Tras esto sólo queda disfrutar del premio. Y los papás no dejéis de probarlas. Veréis como ha sido una buena idea preparar estas gominolas caseras.

viernes, 1 de marzo de 2013

Gastronomía y Literatura

El placer de la gastronomía acarrea hallazgos sublimes, y por ello ha fascinado a numerosos literatos. En contraposición a la imagen culposa que promueven las alegorías medievales de la gula, la felicidad alimentaria que suele pintarnos el escritor aficionado a la glotonería es, casi, el último destello de una aristocracia espiritual que redescubrimos en los viejos tratados culinarios.

La principal cualidad de este patriciado —imaginario, claro está— nada tiene que ver con tesoros o grandezas materiales. En realidad, se trata aquí del ideal propio del epicureísmo: placer y despreocupación dentro de una digna existencia.

Justamente lo mismo que refleja el primer tratadista gastronómico: Arquestrato, griego de Sicilia y amigo de Pericles.

A la vera del siciliano, y con parecido gusto, Néstor Luján recuerda a otros escritores de quienes no se conserva ni la más mínima huella literaria: Timáquides de Rodas, Numenios de Heracles, Metreas de Pitania, Egemón de Tasia y Filoxeno de Citera. En expresión latina, se suma al festín el general Lucius Licinus Lucullus; ese mismo Lúculo a quien nuestro Julio Camba dedicó un formidable librito que lleva por rótulo La casa de Lúculo.

Idéntica admiración despierta Apicio, cuyo recetario «es el más antiguo de los libros latinos de cocina que se conservan.

Bajo el título de Apitii Celii de Re Coquinaria libri decem se publicó sin fecha en Venecia un incunable anterior al de 1498 de Milán, que se tiene por la segunda edición» (Historia de la gastronomía, Barcelona, Plaza & Janés, 1988, p. 36).

Tomamos el dato bibliográfico del citado Luján, indiscutible maestro de la escritura coquinaria hispánica, e introductor entre nosotros de los clásicos del género. A saber: una lista de referencias que comienza con la obra del clérigo italiano Venancio Fortunato (530-609) y se prolonga con Le Viandier, de Guillaume Tirel, llamado Taillevent, del cual se distribuyeron cinco ediciones góticas a partir de 1490.

¿Y qué queda aún de todo ello en el reino literario? Indudablemente, la respuesta implica una larga historia que conviene resumir.

Veamos: el género cobra fuerza entre nosotros a partir del siglo XVI, sobre todo después de editarse el Libre de doctrina per a ben servir de tallar i el art de Coch ço es de qualsevol manera de potatges y salses, de Robert de Nola, y asimismo gracias a Enrique de Aragón (1384-1434), marqués de Villena, cuyo Arte cisoria enseñó a muchos cómo había que usar el cuchillo para trinchar un capón o trocear un conejo asado.

Oportunamente, la literatura picaresca frecuentó el asunto de la comida, pero sin el detenimiento mostrado luego por Francisco Martínez Motiño. No en vano, el Arte de cocina, pastelería, bizcochería y conservería (Madrid, Luis Sánchez, 1611) puede codearse con los recetarios franceses dedicados a satisfacer los apetitos de Luis XIV.

La sofisticación y talento de las cocinas de Francia tienen su reflejo en autores magistrales, como Alexandre-Baltazhar Grimod de la Reynière (1758-1838) y Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826).

En español, fueron su equivalente aproximado dos notorios escritores gastronómicos del siglo XIX: Ángel Muro y Mariano Pardo de Figueroa, llamado Doctor Thebussem. Ya en nuestro tiempo, se presentan como herederos suyos —en la narración de asuntos coquinarios, se entiende— Juan Perucho, su buen amigo Luján y el novelista y comunicólogo Manuel Vázquez-Montalbán, así como Álvaro Cunqueiro, a cuyo juicio «ha sido en la cocina donde el hombre —el civilizado, el que viene desde Platón hasta Proust, para quedarse sólo con dos P; el que construyó las catedrales, fundó las Universidades, hizo las Cruzadas e inventó el soneto— puso más imaginación, mucha más que en el amor, o que en la guerra» (La cocina cristiana de Occidente, Barcelona, Tusquets, 1981, p. 11).

Por lo demás, pese a su recargado etnocentrismo, no es ésta una mala forma de sintetizar la filosofía gastronómica que Cunqueiro compartió con Víctor de la Serna, Busca Isusi, Luis Bettónica y Xavier Domingo. Eso es, por cierto, lo que afirma un admirador de todos ellos, Lorenzo Díaz, en la introducción a un volumen que sirve para brujulear en este denso territorio de sabores y palabras que configura la literatura gastronómica (Conferencias culinarias, Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, Tusquets Editores, 1982, p. 10)

Gracias a  Guzmán U.

martes, 12 de febrero de 2013

Tortilla Patatas. Solo 6 Huevos

Pocas cosas hay tan ricas como una buena tortilla de patata, cuajada a fuego medio con patatas pochadas en una sartén con abundante aceite de oliva.

Una de las claves para el éxito de una buena tortilla, desde mi humilde punto de vista es:

-Pochado a fuego lento y resultando la patata casi deshecha.

-Proporción justa de huevo y patata, evitando que el exceso de patata haga que la tortilla quede muy seca.

-Cuajado en sartén de hierro a fuego fuerte durante los primeros minutos, para pasar a fuego medio en los últimos minutos.

Todo hay que decirlo, como las tortillas que hacen nuestras madres , no hay ninguna.

Un saludo!

    

Frito de Pimiento


Una caña, un Martini rojo, un Chardonnay, un vino y… ¿para comer queréis algo?
Un frito de pimiento por ejemplo....
El frito es un socorrido tentempié, que mejor que recomendar el frito de pimiento del bar el molino de la Avenida de Bayona.
Poca carne, poco pimiento, besamel melosa bien ejecutada y sin salsa Orly, sino rebozado con huevo,
como si de una merluza a la romana se tratase.